Nos adentramos más en el otoño y con el han llegado casi sin darnos cuenta las castañas. ¿A quién no le apetece una tarde de frío hacerse unas castañitas asadas? Pero no he venido a poneros los dientes largos, sino a hablaros un poco de lo que estos frutos secos nos aportan al consumirlos.
Para aquellos que los desconozcan, las castañas se presentan así en la naturaleza, en los castaños, en cápsulas espinosas que pueden contener de 2 a 7 castañas y su época óptima es el otoño.
Por su origen se incluyen en la familia de los frutos secos,
aunque su composición es más propia de un cereal. A diferencia del resto de frutos secos, la cantidad de grasa es mucho menor, contrarrestado con una mayor cantidad de hidratos de carbono complejos y fibra, con lo que sacian más que otros frutos secos y ayudan a regular el tránsito.
Tiene prácticamente un 50% de agua, lo que también hace que tengan menos calorías que el resto de frutos secos. Al asarlas pierden un poquito de agua.
Son una excelente fuente de potasio, por lo que pueden ser consumidas sin problema por hipertensos y por personas con problemas renales.
Aunque parezca contradictorio con su coposición rica en fibra, también es beneficioso para personas con diarrea, debido a su composición en taninos, que le confiere propiedades astringentes. En este caso, lo ideal es consumirlas crudas.
La forma más fácil de asarlas es hacerle un par de rajitas (para evitar que exploten al calentarse), echarle un poquito de sal (muy poco) y meterlas al micro 2 o 3 minutos.
¡A comer!